The union, el negocio tras la marihuana

Título original: The Union: The Business Behind Getting High | Ir al vídeo
Tema: Legalización de la marihuana. Evaluación 4.25/5.
Año 2007. Dur: 172′. Dirigido por Brett Harvey.
Web: http://www.theunionmovie.com/ IMDb.

The Union realiza un exhaustivo recorrido por los aspectos más llamativos y controvertidos de la prohibición (y criminalización) de la Cannabis sativa, una especie herbácea originaria del Himalaya capaz de crecer en casi cualquier lugar de la que se obtiene el Cáñamo: la fibra natural flexible más fuerte conocida, excelente para producir ropa más resistente que la de algodón, papel más duradero que el de celulosa, biocombustibles, etc… ; y la Marihuana: una sustancia psicoactiva con un demostrado potencial farmacológico que se ha utilizado desde la antigüedad como medicina, y que podría servir para producir alternativas libres y menos reactivas para los medicamentos más comunes, que sólo pueden fabricarse bajo licencia de las empresas farmacéuticas.

A principios del siglo XIX, el Cáñamo era el mayor cultivo agrícola del mundo, la materia prima de una gran cantidad de productos manufacturados y presentaba un enorme potencial industrial como sustituto de otros materiales en la elaboración de cientos de productos. Por así decirlo, era el plástico de la época, que cualquiera podía cultivar sin grandes problemas, lo cual atrajo la atención de los diferentes Gobiernos.

En 1937 se aprobó en EE.UU. la Marihuana Tax Act por la que los productores de Cannabis sativa debían adquirir una licencia gubernamental para poder operar legalmente. El problema era que no se otorgaban suficientes licencias para todos los productores, reduciendo artificialmente la disponibilidad de este cultivo para alegría de quienes controlaban el mercado de otras materias primas en competencia con el cáñamo.

Desde entonces, la producción se fue restringiendo progresivamente bajo el pretexto de controlar los efectos indeseables del uso recreativo de los derivados de la planta, como los problemas de salud que supuestamente produce su consumo (cuya existencia está discutida entre la comunidad científica (y II), sobre todo en adultos), la no observancia de las normas de segregación racial o el debilitamiento de la adhesión de la juventud hacia la guerra fría.

De hecho, el tratamiento diferenciado que recibe la marihuana respecto a otras sustancias cuyos efectos perniciosos para la salud y para la sociedad están ampliamente documentados por la ciencia, y corroborados por la estadística, hace sospechar que las razones para su prohibición deben ser otras. A diferencia del tabaco, su consumo prolongado no se asocia con la aparición de ninguna enfermedad. A diferencia del alcohol, no se conocen casos de agresiones inducidos por el abuso de marihuana. A diferencia de la cafeína o de algunos medicamentos con receta, no se ha atribuido ninguna muerte a una sobredosis.

Su consumo ni siquiera aparece entre los motivos más frecuente de muerte no natural, y su potencial adictivo es significativamente menor que el de la nicotina o el alcohol, las sustancias más adictivas conocidas -por encima de la heroína y la cocaína- cuyo consumo es legal y hasta está subvencionado con fondos públicos. Aunque puede crear hábito, su consumo puede ser fácilmente descontinuado y no genera un síndrome de abstinencia significativo. ¡Si hasta el café es más adictivo que la marihuana!.

Entonces, ¿qué sentido mantener la prohibición de una planta con un gran potencial industrial y muy dudosa peligrosidad? ¿Por qué tanto interés en mantenernos alejados de ella? ¿De qué nos quieren proteger? Cada año se dedican ingentes cantidades de recursos públicos a la prevención, lucha y rehabilitación a pesar de que la prohibición no sirve para reducir el consumo (como no sirvió con la Ley seca) ni la población de usuarios parece estar siendo diezmada por el consumo. De hecho, “nunca se ha clasificado la peligrosidad verazmente y ponderadamente de estas sustancias, y se trabaja con una lista elaborada en 1912.”

Aunque la prohibición no reduce el consumo ni la disponibilidad, ni protege a la sociedad de no se sabe muy bien qué, sí que produce otro tipo de resultados. En primer lugar, al empujarse a los consumidores hacia el mercado negro para abastecerse se facilita el acceso a drogas realmente peligrosas que también se distribuyen en este canal sin ningún control (como, por ejemplo, la restricción de venta a menores) ni garantía sanitaria alguna, y se financia a organizaciones criminales que controlan el mercado negro pagando altos precios por algo que -de ser legal- costaría unos céntimos. De hecho, sería tan barato que podría sustituir a otras sustancias intoxicantes mucho más caras como el alcohol o el tabaco.

También se aprecian consecuencias político-criminales, en la medida en que las obligaciones internacionales derivadas de la ratificación de la “Single Convention on Narcotic Drugs” (1961) convierten a la marihuana en una sustancia totalmente prohibida: los países pueden descriminalizar su consumo (es decir, determinar que es legal poseerla y consumirla en tu casa) pero no legalizar su uso o cultivo, por lo que es delito producirla, venderla o transportarla hacia allí.

Cómo se puede tener legalmente algo que no se puede comprar ni producir es una pregunta de difícil respuesta, cuyo desconocimiento no ha impedido que grupos políticos (activistas contra la guerra de Vietnam) o étnicos (judíos, negros) fueran perseguidos por posesión de esta sustancia. Es como si hoy en día los Gobiernos persiguiesen las descargas no autorizadas de materiales protegidos por derechos de autor porque hubieran detectado que quienes realizan este tipo de actividades son también quienes más activamente critican sus decisiones… ¿Una feliz coincidencia, o el neutral cumplimiento de la ley?

Una última consecuencia es la malversación de recursos públicos en mantener las campañas de criminalización de la marihuana, fomentando el miedo y la paranoia de la población, colapsando el sistema judicial y saturando el carcelario con presos cuasi-“políticos”, así como la continuación de una guerra de no se puede ni quiere ganar, pero que justifica la transferencia de una enorme riqueza desde los contribuyentes hacia las redes clientelares del poder.

A lo largo del documental se muestran ejemplos de pequeños productores de la Columbia Británica (Canadá) que cultivan marihuana en sus casas y de cómo esta actividad ilegal impulsa la economía local creando riqueza para quienes arriendan inmuebles para la producción, las empresas que se encargan de la carpintería, electrificación o el suministro de ínsumos para el cultivo, los podadores que preparan la cosecha para la distribución, los vendedores, los que cruzan la frontera con la mercancía, los bancos donde se almacenan los ingresos, abogados que dan asesoramiento legal, etc… Todos ellos forman “The Union“, una comunidad de intereses que directa o indirectamente se beneficia de la prohibición y disfrutan de unas mejores condiciones de vida gracias a ella.

Especialmente interesante es el análisis comparado de la prohibición respecto a crimines reales como homicidios o violaciones, del tratamiento más favorable que reciben otras sustancias más adictivas y con efectos más perniciosos para la salud y la sociedad como son el tabaco, el alcohol o el café, y de la hipocresía generalizada de las posiciones oficialistas sobre la materia. También reseñable es la última parte donde se habla de sobre su potencial farmacológico y ausencia de reacciones adversas, y como se posiciona la industria farmacéutica al respecto. De hecho, ya existen medicamentos cuyo complejo activo es una replica sintética del THC (Marinol), y experiencias exitosas en el tratamiento paliativo de varias dolencias incurables (p.ej. esclerosis múltiple) pese a estar clasificada como sustancia sin valor terapéutico alguno por la DEA.

Sin duda, la marihuana parece una droga peligrosa, lo que no está claro es para quién. El caso es que la lista de países que la han legalizando crece cada día, los últimos en “plante-árselo” han sido los Uruguayos

Como curiosidad, también enlazo el vídeo gubernamental Hemp for Victory!

The Corporation ¿Instituciones o psicópatas? – Documental

Título original: The Corporation | Ir al vídeo
Tema: Empresas. Evaluación 4.25/5.
Año 2003. Dur: 172′. Producido por Mark Achbar.
Web: http://www.thecorporation.com.

Las sociedades mercantiles o empresas (denominadas erróneamente como “corporaciones” en la versión es español) se crearon durante el siglo XIX como forma de propiedad de una actividad económica. Gracias a esta fórmula, un grupo de personas podían organizarse para obtener beneficios a través de instituciones jurídicamente independientes de quienes las controlan y de quienes trabajan en ellas. Este sencillo tecnicismo encierra una de las innovaciones legales que más radicalmente han transformado no sólo la economía humana, sino también las relaciones sociales y nuestro sistemas de valores.

La clave para comprender las repercusiones de esta innovación es el concepto de responsabilidad limitada, en virtud del cual, los propietarios de las empresas son capaces de eludir las responsabilidades de su actividades económicas, al quedar esta limitada a la empresa y, en el mejor de los casos, a sus administradores. Esta característica permite a las empresas generar riqueza para sus propietarios de forma mucho más eficaz, ya que cualquier cosa que se haga mal será responsabilidad de la empresa, que es un ente incorpóreo e inmortal accionado por personas reemplazables.

La combinación de responsabilidad limitada y búsqueda ilimitada de mayores beneficios convierte a las empresas, según alguno de los entrevistados, en una grave amenaza para nuestra superveniencia, ya que a las empresas sólo les preocupan los beneficios de sus accionistas, anteponiéndolos al bien público y al bienestar del resto de personas que se ven afectadas por ellas. Como reconoce en el documental la CEO de “The Body Shop”, “TODO el legítimo para la obtención de beneficios”.

Desde esta perspectiva, la consecuencia lógica de la limitación de responsabilidad es que este tipo de organizaciones tiendan a generar el máximo coste colateral que la sociedad les permita, o pueda asumir, para mejorar su cuenta de resultados: desde la explotación de mano de obra esclava, la contaminación del medio ambiente con residuos sin tratar, la comercialización de productos peligrosos y/o sin un estudio riguroso de sus efectos sobre la salud humana, la privatización de recursos naturales para convertirlos en mercancías, etc…

Las empresas como psicópatas

La mayor parte del documental está dedicada a repasar algunos ejemplos de estos efectos colaterales que producen las empresas al socializar los costes de su actividad con el fin de obtener el máximo beneficio. Temas que también son tratados por otros documentales de una forma más monográfica, y que sirven de muestra sobre cómo la empresa está en el origen de muchos problemas sociales modernos.

A partir de estos ejemplos, el documental traza un paralelismo entre el comportamiento de las empresas y el perfil clínico de un psicópata, caracterizado por:

  • Cruel indiferencia por los sentimientos de los demás.
  • Incapacidad para mantener relaciones duraderas – Deslocalizaciones, temporalidad.
  • Desprecio por la seguridad de los demás.- Comercialización de productos peligrosos para la salud o producción de daños medioambientales.
  • Mentir y engañar sistemáticamente a los demás para obtener un beneficio.
  • Incapacidad para sentirse culpable (la culpa es de otro).
  • Incapacidad para adaptarse a las normas sociales (salvo que sea rentable).

Un fiel reflejo de este diagnóstico es el testimonio de Charleton Brown, intermediario financiero que -con toda crudeza- expone las verdades incómodas del fundamentalismo de mercado: Las catástrofes traen oportunidades de negocio… los atentados del 11 de septiembre de 2001 permitieron que muchos se enriquecieran en el mercado del oro, la guerra del golfo disparó la rentabilidad del petroleo y, en general, los conflictos armados mejoran los beneficios en el comercio de materias primas. Como dicen en el documental, “cada vez que se tala un árbol, hay un vertido de crudo o se diagnostica un cancer, sube el PIB“.

El problema radica en que, desde la óptica de la empresa, toda decisión se evalúa exclusivamente desde una perspectiva económica y con el objetivo de maximizar el beneficio a corto plazo. Si el beneficio potencial compensa el riesgo que se corre, incumplir las leyes, vulnerar los derechos humanos o tomar cualquier otro tipo de decisión moralmente reprobable es opción estratégica; y mientras no se le atribuya un valor económico igual o superior a la propia actividad económica que se desarrolla, las empresas seguirán sin considerarán las implicaciones morales, sociales o medioambientales de sus acciones. Incluso si los propios trabajadores rechazan las prácticas de su empresa, se ven en la tesitura de cumplirlas para conservar sus empleos.

Es por esto que, sólo cuando el conocimiento de sus practicas empresariales genera rechazo entre los clientes -y una potencial merma de las ventas- aparece la preocupación por los “daños colaterales” que produce su actividad económica. Así nacieron las iniciativas de Responsabilidad Social Corporativa; que, aunque positivas, no son más que acciones de marketing que dedican una ínfima cantidad de los recursos de la empresa a lavar la mala imagen que producen el resto de sus actividades. Si a las empresas realmente les preocuparan los costes que externalizan hacia la sociedad, los reducirían, aunque ello supusiera una merma de su competitividad y/o beneficios

La apropiación de los bienes comunes

El afán de expansión de las empresas les lleva a invadir todos los ámbitos de la vida, y a querer apropiarse de todo lo que existe, llegando incluso a invadir aspectos de la vida que tradicionalmente se han mantenido fuera de la dinámica del mercado. Bajo la premisa de que la riqueza sólo se crea cuando se posee de forma privada, empresas y gobiernos se afanan en la parcelación de los bienes comunes amparándose en el discurso de las supuestas bondades de las privatizaciones, desregulaciones y libre comercio. Sin embargo, esta forma de actuar no crea riqueza, sino que la usurpa poniéndole una valla y declarando propiedad privada algo que es de todos, como pasa con la apropiación del conocimiento mediante el uso de patentes.

Algo similar ocurre con las instituciones públicas que ofrecen servicios fundamentales para la sociedad: se están transfiriendo sistemáticamente a manos privadas con la escusa de obtener una ganancia marginal de eficiencia en su funcionamiento. Sin embargo, esto no siempre se consigue y, cuando se logra, es a costa de un peor servicio o mayor coste para sufragar los beneficios, porque las empresas privadas no pueden funcionar con pérdidas. Es por eso que es necesario un sector público fuerte que pueda funcionar con pérdidas, de modo que garantice la prestación de ciertos servicios (educación, sanidad, acceso a suministros), pueda subvencionar sectores productivos dependientes, y mantener el empleo para reactivar el consumo durante las recesiones -en vez de limitarse a reducir plantilla para mantener la rentabilidad, o cerrar si no lo consigue.

Como ya se demostró en el caso de los bomberos privados (63′), hay ámbitos de la vida en que la gestión privada es contraproducente para todos. Hay cosas demasiado esenciales para el bien púbico como para que se consideren oportunidades de negocio, por eso es necesario tomar la decisión política de sacar este tipo de productos y servicios del mercado. Como se comenta en el documental, la esclavitud desapareció no porque dejara de ser rentable, sino porque se tomo la decisión política de que el ser humano no podía ser una mercancía ni una propiedad.

Además de abrir nuevos mercados -apropiándose de los bienes comunes- las empresas también invaden el espacio público para lograr sus objetivos. A la tradicional publicidad, se van añadiendo nuevas formas de relaciones públicas dirigidas a lograr que los consumidores compren sus productos. El grado de manipulación puede llegar a ser enorme, desde la publicidad que enseña a los niños como dar mejor la lata para a sus padres para que les compren lo que han visto en la tele, a la creación de manifestaciones tridimensionales de las marcas y los valores que personifican (“como disneyworld“), la publicidad encubierta (mensajes que no parecen publicidad ni que vayan dirigidos a nosotros), o la creación de grupos -presentados como expertos independientes- para la defensa de sus intereses.

El objetivo final es convertir a la población en consumidores mecánicos de productos que no necesitan, que se encuentren disociados unos de otros y llenen sus vidas satisfaciendo necesidades creadas por las empresas, desempeñando la función social que nos han asignado y viviendo según los valores que nos han inculcado (como que el transporte público es para quien no tenga más remedio). Si lo que hacen es ético o no, no les interesa: los publicistas (como todos) se limitan a hacer su trabajo.

Indiferencia hacia la democracia y los derechos humanos

La tercera parte de “The Corporation” repasa el largo historial de indiferencia hacia la democracia y vulneración de los derechos humanos de estas compañías, propiciado por el hecho de que las empresas no están integradas en el procesos democráticos, ni sometidas a ellos. Aunque, en teoría, las empresas deben cumplir las leyes, esto no garantiza que lo hagan, ni que -aun respetando los límites de la ley- las actividades que desarrollan no produzcan daños en otras personas y/o el medio ambiente.

Es de sobra conocida la estrecha cooperación entre la industria y los gobiernos, así como la capacidad que tienen las empresas para presionar a estos últimos de muy diferentes maneras. Independientemente de la forma de gobierno que adopte un Estado, en todos ellos la línea que separa a los responsables del sector público y del sector privado es muchas veces difusa, o directamente no existe; lo que ha llevado, en no pocas ocasiones, a que los gobiernos sean instrumentos en manos de los grandes empresarios locales y/o extranjeros.

Cuando las grandes transnacionales no han podido persuadir a los gobiernos para imponer políticas económicas “impopulares”, pero muy beneficiosas para ellas, no han dudado en financiar a otras opciones políticas más afines a sus intereses. Un ejemplo claro de este fenómeno es la ascensión del fascismo en Europa, que se produjo (en parte) gracias a la financiación y el apoyo mediático que estos grupos extremistas obtuvieron de las grandes empresas. Una vez alcanzado el poder, los gobiernos totalitarios “recompensaron” a quienes les apoyaron con una regulación que acallará las reivindicaciones sindicales, fortaleciera su control de los mercados y protegiera sus beneficios empresariales; todas ellas políticas gubernamentales muy positivas para la economía, como se ha demostrado con el milagro económico chino.

El recurso al golpe de estado es un caso clásico en el continente americano: Guatemala (1954), Chile (1973), Bolivia, Argentina y Brasil durante los años 1970, e incluso Honduras recientemente (2008). Sin embargo, el rechazo internacional hacia los gobiernos golpistas de sudamérica hizo que, a partir de la década de 1980, el control de los gobiernos democráticos empezara a ejercerse a través de organismos internacionales “neutrales” -como el Fondo Monetario internacional o el Banco Mundial- que imponían estrictos planes de ajuste y restructuración económica como requisito para acceder a los fondos necesarios para evitar la quiebra. Así ocurrió en Polonia (1989), Rusia después del colapso de la URSS, o Sudáfrica una vez finalizado el apartheid. Quedó claro que no era necesario un golpe de estado para obligar a un gobierno a reestructurar la gestión pública en beneficio de las empresas, basta con crear las condiciones necesarias (“crisis” o “emergencias”) para que no tenga otra opción, y la opinión pública acepte con resignación los cambios. Esta estrategia ha sido bautizada como “la doctrina del shock”.

Hacia la economía democrática

Como ya se ha visto, la empresa crea mucha riqueza para sus propietarios, pero lo hace apropiándose de los recursos naturales del planeta y explotando a los más débiles como mano de obra barata para transformar dichos recursos naturales de una forma derrochadora. Cuando encuentra trabas a sus planes de expansión económica no duda en subvertir el sistema legal y el principio democrático para que sirvan a sus intereses, hasta el extremo de que la ONU se empieza a plantear la necesidad de crear un tribunal para juzgar a multinacionales. Los daños que generan este tipo de organizaciones superan con creces los beneficios que obtienen unos pocos de ellas.

Para poner freno y reconducir los efectos perniciosos del dominio de las grandes conglomerados empresariales, el documental plantea como solución la democratización de la economía, es decir, someter a las empresas y a la economía al control democrático de los ciudadanos, de modo que estos puedan opinar sobre lo que pasa en los mercados, y tengan la capacidad de modular las actividades empresariales y financieras que les afectan directa o indirectamente.

Entre las medidas propuestas destacan -a mi entender- “despojar” a las empresas de su “derechos” como “personas” (jurídicas), la disolución de aquellas que incumplan reiteradamente la ley (ofreciendo a los trabajadores la posibilidad de reconvertirlas en cooperativas), o permitir que trabajadores y consumidores puedan participar en igualdad de condiciones en los consejos de administración donde se toman las decisiones que les afectan. Como dice Milton Friedman en el vídeo, “es necesario crear estructuras en el mercado que incentiven a las corporaciones a hacer lo correcto”.

En definitiva, se trata de poner a la empresa al servicio a la comunidad para satisfacer las necesidades de todos, en vez de permitir que sean las empresas las que utilicen a la sociedad para alcanzar el máximo lucro posible; algo que sólo será posible con gobiernos verdaderamente democráticos, al servicio de los ciudadanos y sometidos a su control, que sean capaces de impulsar cambios legislativos ambiciosos que permitan alcanzar estos objetivos. Es por esto que resulta fundamental recuperar el control sobre los gobiernos para hacer prevalecer, desde ellos, la lógica de la democracia sobre la lógica del mercado. Todo llegará… si nos esforzamos por que ocurra.

Lo que no dice la publicidad sobre la receta de Coca-Cola

Después de muchos años por fin he comprendido, gracias a la publicidad, que la Coca-Cola es un alimento básico que está situado en la base de la pirámide alimentaria. O eso deben creer en el departamento de marketing a la vista de la última campaña de publicidad que ha aparecido recientemente en paradas del autobús y vallas publicitarias.

En la campaña, que reproduzco más abajo, se muestra la sinuosa botella de cristal de Coca-Cola vacía sobre fondo blanco, con las típicas gotas como de rocío sobre el cristal, y un texto que dice “Sin conservantes añadidos. Sin aromas artificiales. Desde 1886”. Nada de movimiento ni diseño gráfico innovador… solo una botella vacía sobre fondo blanco. Una campaña muy probablemente dirigida a adultos preocupados por la conveniencia de incluir en su dieta (o la de sus hijos) semejante producto.

Supongo que para el consumidor medio esta campaña será un impacto publicitario más de los miles que recibe a diario, pero a mi particularmente me ofende la forma en que se utilizan texto e imagen para establecer un paralelismo entre la Coca-Cola y el agua: Ambos tan cristalinos (¿por qué la botella está vacía?), tan refrescantes, “sin conservantes añadidos, sin aromas artificiales y de toda la vida”, en una palabra, tan naturales… Si para algo ha servido la psicología y el estudio de la heurística es para hacer publicidad más efectiva.

Lo que la publicidad no dice sobre la receta de Coca-Cola
A la izquierda, marquesina de parada de autobús con la publicidad de Coca-Cola. A la derecha, botellín de Coca-Cola en la sección de zumos refrigerados, que es donde debería estar.

AVISO LEGAL: En ningún momento se utiliza el término “natural” o equivalentes referidos a los productos de Coca-Cola Company. La empresa niega toda responsabilidad sobre cualquier interpretación errónea que los consumidores puedan hacer de sus campañas de publicidad.

Los ingredientes de la Coca-Cola

Según la etiqueta que aparece en la foto, la Coca-Cola contiene agua carbonatada, azúcar, colorante E-150d (o “caramelo al amoniaco, que contiene 2-acetil-4-(5)-tetrahidroxibutilimidazol, sustancia que puede afectar al sistema inmune y que la FAO/OMS recomienda no ingerir por encima de 200 mg/día por kg de peso), acidulante E-338 (o ácido fosfórico, que se obtiene mediante el tratamiento químico de rocas de fosfato de calcio. Entre sus propiedades están el producir descalcificación y poder ser corrosivo (aunque no toxico) en soluciones a partir del 85%), y “aromas” (incluyendo cafeína).

Como cabría esperar, la publicidad de Coca-Cola no miente, pero eso no significa necesariamente que diga la verdad. En la escueta información de la etiqueta no se menciona entre los ingredientes ningún E200, que es el grupo de los conservantes que se hubieran podido añadir. Sin embargo, el hecho de que se matice que no tiene conservantes “añadidos” hace sospechar que alguien se está cubriendo las espaldas, así como el indicar una fecha de consumo preferente (unos 12 meses desde el punto de venta) hace sospechar que el producto necesita cierto grado de conservación. Sin embargo, todo esto no son más que especulaciones; resulta más interesante el caso de los aromas añadidos.

Obviando el hecho de que tener que añadir aroma a un alimento es ya bastante artificial de por si, conviene saber que la normativa europea distingue entre aromas artificiales, que son aquellos obtenido por síntesis química, pero no químicamente idénticos a sustancias naturales; aromas naturales, obtenidos a partir de una materia de origen vegetal o animal en estado natural o transformada con vistas al consumo humano por procedimientos tradicionales; y otros aromas, idénticos molecularmente a los naturales, pero obtenidos mediante procedimientos químicos.

Cuando son artificiales es obligatorio ponerlo en la etiqueta, y el término natural solo se puede utilizar cuando los aromas cumplen rigurosamente con los requisitos que implica esta denominación. Por tanto, cabe pensar que los aromas añadidos a la Coca-Cola son producidos industrialmente, aunque nos quedamos sin saber cuáles son, a parte de la cafeína.

Uno de los ingredientes que no se mencionan explícitamente en el etiquetado podría ser el extracto de hoja de coca (¿un “aroma”?), que parece se sigue utilizando y del que no se pueden extraer todos los alcaloides de la cocaína, por lo que la bebida contendría trazas de dicho estimulante. En la etiqueta tampoco se indica la cantidad de E-150d que contiene la Coca-Cola, a pesar de que la OMS ha establecido una recomendación sobre la cantidad máxima segura para la salud.

En definitiva, aunque resulta difícil sacar conclusiones dada la falta de información fiable, si de algo estoy seguro es de que la Coca-Cola NO es un producto natural, que convenga consumir regularmente en una dieta equilibrada, por muchos millones que se inviertan en confundir a los consumidores.

Idoneidad para la salud e información para el consumidor

La falta de información, u opacidad, es una de las características principales de las economías de mercado. Al parecer, una de las máxima de esta economía es que “cuanto menos sepa el consumidor, mejor para todos”. ¿Por qué conviene que el consumidor no sepa el origen y composición exacta de productos que consume, la estructura de costes y margen de beneficios de los mismos, o el impacto ecológico y social de su producción? Esta es la clase de información a la que no se da publicidad. Conviene que recordemos que la publicidad es una versión sesgada e incompleta de la realidad.

Por otra parte, me preocupa que los gobiernos permitan a las empresas ocultar información a los consumidores, como pasa con los aceites vegetales, categoría que engloba desde el aceite de coco hasta el de oliva, donde se mezclan sin diferenciar productos con propiedades muy diferentes para la salud (por ejemplo, en grasas saturadas).

En este sentido, el caso de Coca-Cola me parece sangrante, ya que se permite la comercialización de un producto para consumo humano cuya composición exacta es un secreto comercial, y que supuestamente contiene ingredientes secretos sobre los que no podemos conocer su idoneidad para la salud.

Lejos de mi intención acusar esta, u otra, empresa transnacional de anteponer sus beneficios a la salud de la población; ni de poner en duda la diligencia de las autoridades a la hora de proteger la salud pública y regular los mercados en beneficio de los consumidores. Quiero pensar que el secreto de la fórmula de Coca-Cola es sólo una estrategia de marketing y que se ha verificado que los productos de esta marca son seguros para el consumo humano. Sin embargo, me preocupa tener que pensarlo en vez de saberlo, como me preocupa sospechar que mi salud se contabiliza como un gasto en el balance de las empresas de alimentación; y que cotiza en bolsa.

El futuro de los alimentos

Título original: The future of food | Ir al vídeo
Tema: Biotecnología y Patentes. Evaluación 4.5/5.
Año 2004. Dur: 88′. Producido por Deborah Koons.
Web: http://www.thefutureoffood.com/

En “The future of food” se desvela como la industria biotecnológica y agroalimentaria se han unido para controlar el mercado de los alimentos. Desde que la Corte Suprema de EE.UU abrió la puerta para poder patentar organismos genéticamente modificados, las grandes empresas del sector, como Monsanto o DuPond, han utilizado sus patentes para apropiarse de todo aquello que contenga sus genes patentados. Un ejemplo terrible de como el sistema de patentes no protege el conocimiento, sino que lo privatiza.

De este modo, Monsanto ha obligado a los agricultores cuyos cultivos han sido contaminados por cepas transgénicas a destruir sus reservas de semillas (o pagar la licencia por el uso de “su” tecnología), como parte de una estrategia dirigida a ir reduciendo la cuota de mercado de las semillas tradicionales, que progresivamente se irán contaminando conforme avancen los cultivos transgénicos. Paralelamente, estas empresas han ido absorbiendo a sus competidores hasta configurar un gran oligopolio en el mercado de semillas y la producción de pesticidas y fertilizantes.

Durante el documental se explican las técnicas invasivas de las que se sirve la ingeniería genética para obrar sus “milagros”: Primero se debilitan las células receptoras y, mediante virus y bacterias, se invade el núcleo con ADN con la esperanza de que se recombine. Para separar las recombinaciones exitosas del resto se implanta también genes resistentes a un antibiótico específico, y luego se expone la muestra a dicho antibiótico. Los organismos que sobreviven son los que buscábamos, listos para introducirse en la cadena alimentaria junto a su recientemente adquirida inmunidad antibiótica.

Sin embargo, estas nuevas formas de vida modificadas genéticamente no ofrecen a los consumidores ventajas sobre los alimentos tradicionales. La biotecnología desarrollada hasta la fecha se centra principalmente en beneficiar a los productores de biotecnología. Ejemplo de esto son la “tecnología terminator”, que hace que las cosechas sean estériles (luego no se puede guardar parte de la cosecha para plantar la siguiente y hay que volver a comprar semillas todos los años), o los organismos que necesitan aditivos específicos (y patentados) para poder germinar (con lo cual hay que comprar los fertilizantes a la empresa que vende las semillas). ¿Qué pasará cuando estas características de organismos genéticamente modificados contaminen las cosechas tradicionales y las semillas híbridas hereden las características de su progenitor modificado?

El documental también denuncia la permisividad de los gobiernos respecto a la regulación de estos organismos modificados genéticamente, y su incorporación a la cadena alimentaria. Como pasa en España con el recién creado ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, los máximos responsables de las agencias de control gubernamental son, han sido o serán después responsables de las principales compañías de la industria agroalimentaria, y fomentan la desregulación a favor de los beneficios empresariales en vez de la regulación para proteger a la población de una tecnología que no ha sido suficientemente estudiada.

Sólo de este modo se puede explicar que todavía hoy se nos niege el derecho a saber qué es lo que estamos comiendo. Las empresas se oponen, y los gobiernos permiten, que en el etiquetado no se indique qué ingredientes modificados geneticamente utilizan cada producto. No es sólo que no tengamos el derecho a elegir lo que consumimos; sin esta información no se puede rastrear los efectos sobre la salud de los organismos modificados genéticamente.

A pesar de la opacidad generalizada en torno a los productos genéticamente modificados, las graves consecuencias sobre la salud de estos productos una vez incorporados en la cadena alimentaria sacó a la luz su propia existencia. Tal fue el caso que se comenta del maíz transgénico de Starlink utilizado en una alta gama de productos produjo reacciones alérgicas en los consumidores, y tuvo que ser retirado del mercado en 2001.

A pesar de las señales de alarma, no se está investigación la idoneidad de los nuevos organismos geneticamente modificados para el consumo humano. Dado que la financiación de las universidades es mayoritariamente privada (como se pretende en Europa la Declaración de Bolonia), las investigaciones que tratan de investigar el impacto sobre la salud son sutilmente desincentivadas mientras que las que demuestran las bondades de la biotecnología son generosamente financiadas. La mercantilización de la universidad ha servido para callar las voces críticas con estas tecnologías experimentales.

La manipulación genética sigue siendo una tecnología cuyas consecuencias a largo plazo no se pueden prever, ni estudiar por la falta de información para su trazabilidad. Como dicen en el vídeo, probablemente sea el mayor experimento biológico que la humanidad haya realizado. Un experimento sobre el sustento de nuestra existencia, que no ha sido autorizado y se está haciendo a escala planetaria sin control, y para el que puede que nuestro ADN y sistema inmunológico no esté preparado…

Eres lo que comes.