The union, el negocio tras la marihuana

Título original: The Union: The Business Behind Getting High | Ir al vídeo
Tema: Legalización de la marihuana. Evaluación 4.25/5.
Año 2007. Dur: 172′. Dirigido por Brett Harvey.
Web: http://www.theunionmovie.com/ IMDb.

The Union realiza un exhaustivo recorrido por los aspectos más llamativos y controvertidos de la prohibición (y criminalización) de la Cannabis sativa, una especie herbácea originaria del Himalaya capaz de crecer en casi cualquier lugar de la que se obtiene el Cáñamo: la fibra natural flexible más fuerte conocida, excelente para producir ropa más resistente que la de algodón, papel más duradero que el de celulosa, biocombustibles, etc… ; y la Marihuana: una sustancia psicoactiva con un demostrado potencial farmacológico que se ha utilizado desde la antigüedad como medicina, y que podría servir para producir alternativas libres y menos reactivas para los medicamentos más comunes, que sólo pueden fabricarse bajo licencia de las empresas farmacéuticas.

A principios del siglo XIX, el Cáñamo era el mayor cultivo agrícola del mundo, la materia prima de una gran cantidad de productos manufacturados y presentaba un enorme potencial industrial como sustituto de otros materiales en la elaboración de cientos de productos. Por así decirlo, era el plástico de la época, que cualquiera podía cultivar sin grandes problemas, lo cual atrajo la atención de los diferentes Gobiernos.

En 1937 se aprobó en EE.UU. la Marihuana Tax Act por la que los productores de Cannabis sativa debían adquirir una licencia gubernamental para poder operar legalmente. El problema era que no se otorgaban suficientes licencias para todos los productores, reduciendo artificialmente la disponibilidad de este cultivo para alegría de quienes controlaban el mercado de otras materias primas en competencia con el cáñamo.

Desde entonces, la producción se fue restringiendo progresivamente bajo el pretexto de controlar los efectos indeseables del uso recreativo de los derivados de la planta, como los problemas de salud que supuestamente produce su consumo (cuya existencia está discutida entre la comunidad científica (y II), sobre todo en adultos), la no observancia de las normas de segregación racial o el debilitamiento de la adhesión de la juventud hacia la guerra fría.

De hecho, el tratamiento diferenciado que recibe la marihuana respecto a otras sustancias cuyos efectos perniciosos para la salud y para la sociedad están ampliamente documentados por la ciencia, y corroborados por la estadística, hace sospechar que las razones para su prohibición deben ser otras. A diferencia del tabaco, su consumo prolongado no se asocia con la aparición de ninguna enfermedad. A diferencia del alcohol, no se conocen casos de agresiones inducidos por el abuso de marihuana. A diferencia de la cafeína o de algunos medicamentos con receta, no se ha atribuido ninguna muerte a una sobredosis.

Su consumo ni siquiera aparece entre los motivos más frecuente de muerte no natural, y su potencial adictivo es significativamente menor que el de la nicotina o el alcohol, las sustancias más adictivas conocidas -por encima de la heroína y la cocaína- cuyo consumo es legal y hasta está subvencionado con fondos públicos. Aunque puede crear hábito, su consumo puede ser fácilmente descontinuado y no genera un síndrome de abstinencia significativo. ¡Si hasta el café es más adictivo que la marihuana!.

Entonces, ¿qué sentido mantener la prohibición de una planta con un gran potencial industrial y muy dudosa peligrosidad? ¿Por qué tanto interés en mantenernos alejados de ella? ¿De qué nos quieren proteger? Cada año se dedican ingentes cantidades de recursos públicos a la prevención, lucha y rehabilitación a pesar de que la prohibición no sirve para reducir el consumo (como no sirvió con la Ley seca) ni la población de usuarios parece estar siendo diezmada por el consumo. De hecho, “nunca se ha clasificado la peligrosidad verazmente y ponderadamente de estas sustancias, y se trabaja con una lista elaborada en 1912.”

Aunque la prohibición no reduce el consumo ni la disponibilidad, ni protege a la sociedad de no se sabe muy bien qué, sí que produce otro tipo de resultados. En primer lugar, al empujarse a los consumidores hacia el mercado negro para abastecerse se facilita el acceso a drogas realmente peligrosas que también se distribuyen en este canal sin ningún control (como, por ejemplo, la restricción de venta a menores) ni garantía sanitaria alguna, y se financia a organizaciones criminales que controlan el mercado negro pagando altos precios por algo que -de ser legal- costaría unos céntimos. De hecho, sería tan barato que podría sustituir a otras sustancias intoxicantes mucho más caras como el alcohol o el tabaco.

También se aprecian consecuencias político-criminales, en la medida en que las obligaciones internacionales derivadas de la ratificación de la “Single Convention on Narcotic Drugs” (1961) convierten a la marihuana en una sustancia totalmente prohibida: los países pueden descriminalizar su consumo (es decir, determinar que es legal poseerla y consumirla en tu casa) pero no legalizar su uso o cultivo, por lo que es delito producirla, venderla o transportarla hacia allí.

Cómo se puede tener legalmente algo que no se puede comprar ni producir es una pregunta de difícil respuesta, cuyo desconocimiento no ha impedido que grupos políticos (activistas contra la guerra de Vietnam) o étnicos (judíos, negros) fueran perseguidos por posesión de esta sustancia. Es como si hoy en día los Gobiernos persiguiesen las descargas no autorizadas de materiales protegidos por derechos de autor porque hubieran detectado que quienes realizan este tipo de actividades son también quienes más activamente critican sus decisiones… ¿Una feliz coincidencia, o el neutral cumplimiento de la ley?

Una última consecuencia es la malversación de recursos públicos en mantener las campañas de criminalización de la marihuana, fomentando el miedo y la paranoia de la población, colapsando el sistema judicial y saturando el carcelario con presos cuasi-“políticos”, así como la continuación de una guerra de no se puede ni quiere ganar, pero que justifica la transferencia de una enorme riqueza desde los contribuyentes hacia las redes clientelares del poder.

A lo largo del documental se muestran ejemplos de pequeños productores de la Columbia Británica (Canadá) que cultivan marihuana en sus casas y de cómo esta actividad ilegal impulsa la economía local creando riqueza para quienes arriendan inmuebles para la producción, las empresas que se encargan de la carpintería, electrificación o el suministro de ínsumos para el cultivo, los podadores que preparan la cosecha para la distribución, los vendedores, los que cruzan la frontera con la mercancía, los bancos donde se almacenan los ingresos, abogados que dan asesoramiento legal, etc… Todos ellos forman “The Union“, una comunidad de intereses que directa o indirectamente se beneficia de la prohibición y disfrutan de unas mejores condiciones de vida gracias a ella.

Especialmente interesante es el análisis comparado de la prohibición respecto a crimines reales como homicidios o violaciones, del tratamiento más favorable que reciben otras sustancias más adictivas y con efectos más perniciosos para la salud y la sociedad como son el tabaco, el alcohol o el café, y de la hipocresía generalizada de las posiciones oficialistas sobre la materia. También reseñable es la última parte donde se habla de sobre su potencial farmacológico y ausencia de reacciones adversas, y como se posiciona la industria farmacéutica al respecto. De hecho, ya existen medicamentos cuyo complejo activo es una replica sintética del THC (Marinol), y experiencias exitosas en el tratamiento paliativo de varias dolencias incurables (p.ej. esclerosis múltiple) pese a estar clasificada como sustancia sin valor terapéutico alguno por la DEA.

Sin duda, la marihuana parece una droga peligrosa, lo que no está claro es para quién. El caso es que la lista de países que la han legalizando crece cada día, los últimos en “plante-árselo” han sido los Uruguayos

Como curiosidad, también enlazo el vídeo gubernamental Hemp for Victory!

The Corporation ¿Instituciones o psicópatas? – Documental

Título original: The Corporation | Ir al vídeo
Tema: Empresas. Evaluación 4.25/5.
Año 2003. Dur: 172′. Producido por Mark Achbar.
Web: http://www.thecorporation.com.

Las sociedades mercantiles o empresas (denominadas erróneamente como “corporaciones” en la versión es español) se crearon durante el siglo XIX como forma de propiedad de una actividad económica. Gracias a esta fórmula, un grupo de personas podían organizarse para obtener beneficios a través de instituciones jurídicamente independientes de quienes las controlan y de quienes trabajan en ellas. Este sencillo tecnicismo encierra una de las innovaciones legales que más radicalmente han transformado no sólo la economía humana, sino también las relaciones sociales y nuestro sistemas de valores.

La clave para comprender las repercusiones de esta innovación es el concepto de responsabilidad limitada, en virtud del cual, los propietarios de las empresas son capaces de eludir las responsabilidades de su actividades económicas, al quedar esta limitada a la empresa y, en el mejor de los casos, a sus administradores. Esta característica permite a las empresas generar riqueza para sus propietarios de forma mucho más eficaz, ya que cualquier cosa que se haga mal será responsabilidad de la empresa, que es un ente incorpóreo e inmortal accionado por personas reemplazables.

La combinación de responsabilidad limitada y búsqueda ilimitada de mayores beneficios convierte a las empresas, según alguno de los entrevistados, en una grave amenaza para nuestra superveniencia, ya que a las empresas sólo les preocupan los beneficios de sus accionistas, anteponiéndolos al bien público y al bienestar del resto de personas que se ven afectadas por ellas. Como reconoce en el documental la CEO de “The Body Shop”, “TODO el legítimo para la obtención de beneficios”.

Desde esta perspectiva, la consecuencia lógica de la limitación de responsabilidad es que este tipo de organizaciones tiendan a generar el máximo coste colateral que la sociedad les permita, o pueda asumir, para mejorar su cuenta de resultados: desde la explotación de mano de obra esclava, la contaminación del medio ambiente con residuos sin tratar, la comercialización de productos peligrosos y/o sin un estudio riguroso de sus efectos sobre la salud humana, la privatización de recursos naturales para convertirlos en mercancías, etc…

Las empresas como psicópatas

La mayor parte del documental está dedicada a repasar algunos ejemplos de estos efectos colaterales que producen las empresas al socializar los costes de su actividad con el fin de obtener el máximo beneficio. Temas que también son tratados por otros documentales de una forma más monográfica, y que sirven de muestra sobre cómo la empresa está en el origen de muchos problemas sociales modernos.

A partir de estos ejemplos, el documental traza un paralelismo entre el comportamiento de las empresas y el perfil clínico de un psicópata, caracterizado por:

  • Cruel indiferencia por los sentimientos de los demás.
  • Incapacidad para mantener relaciones duraderas – Deslocalizaciones, temporalidad.
  • Desprecio por la seguridad de los demás.- Comercialización de productos peligrosos para la salud o producción de daños medioambientales.
  • Mentir y engañar sistemáticamente a los demás para obtener un beneficio.
  • Incapacidad para sentirse culpable (la culpa es de otro).
  • Incapacidad para adaptarse a las normas sociales (salvo que sea rentable).

Un fiel reflejo de este diagnóstico es el testimonio de Charleton Brown, intermediario financiero que -con toda crudeza- expone las verdades incómodas del fundamentalismo de mercado: Las catástrofes traen oportunidades de negocio… los atentados del 11 de septiembre de 2001 permitieron que muchos se enriquecieran en el mercado del oro, la guerra del golfo disparó la rentabilidad del petroleo y, en general, los conflictos armados mejoran los beneficios en el comercio de materias primas. Como dicen en el documental, “cada vez que se tala un árbol, hay un vertido de crudo o se diagnostica un cancer, sube el PIB“.

El problema radica en que, desde la óptica de la empresa, toda decisión se evalúa exclusivamente desde una perspectiva económica y con el objetivo de maximizar el beneficio a corto plazo. Si el beneficio potencial compensa el riesgo que se corre, incumplir las leyes, vulnerar los derechos humanos o tomar cualquier otro tipo de decisión moralmente reprobable es opción estratégica; y mientras no se le atribuya un valor económico igual o superior a la propia actividad económica que se desarrolla, las empresas seguirán sin considerarán las implicaciones morales, sociales o medioambientales de sus acciones. Incluso si los propios trabajadores rechazan las prácticas de su empresa, se ven en la tesitura de cumplirlas para conservar sus empleos.

Es por esto que, sólo cuando el conocimiento de sus practicas empresariales genera rechazo entre los clientes -y una potencial merma de las ventas- aparece la preocupación por los “daños colaterales” que produce su actividad económica. Así nacieron las iniciativas de Responsabilidad Social Corporativa; que, aunque positivas, no son más que acciones de marketing que dedican una ínfima cantidad de los recursos de la empresa a lavar la mala imagen que producen el resto de sus actividades. Si a las empresas realmente les preocuparan los costes que externalizan hacia la sociedad, los reducirían, aunque ello supusiera una merma de su competitividad y/o beneficios

La apropiación de los bienes comunes

El afán de expansión de las empresas les lleva a invadir todos los ámbitos de la vida, y a querer apropiarse de todo lo que existe, llegando incluso a invadir aspectos de la vida que tradicionalmente se han mantenido fuera de la dinámica del mercado. Bajo la premisa de que la riqueza sólo se crea cuando se posee de forma privada, empresas y gobiernos se afanan en la parcelación de los bienes comunes amparándose en el discurso de las supuestas bondades de las privatizaciones, desregulaciones y libre comercio. Sin embargo, esta forma de actuar no crea riqueza, sino que la usurpa poniéndole una valla y declarando propiedad privada algo que es de todos, como pasa con la apropiación del conocimiento mediante el uso de patentes.

Algo similar ocurre con las instituciones públicas que ofrecen servicios fundamentales para la sociedad: se están transfiriendo sistemáticamente a manos privadas con la escusa de obtener una ganancia marginal de eficiencia en su funcionamiento. Sin embargo, esto no siempre se consigue y, cuando se logra, es a costa de un peor servicio o mayor coste para sufragar los beneficios, porque las empresas privadas no pueden funcionar con pérdidas. Es por eso que es necesario un sector público fuerte que pueda funcionar con pérdidas, de modo que garantice la prestación de ciertos servicios (educación, sanidad, acceso a suministros), pueda subvencionar sectores productivos dependientes, y mantener el empleo para reactivar el consumo durante las recesiones -en vez de limitarse a reducir plantilla para mantener la rentabilidad, o cerrar si no lo consigue.

Como ya se demostró en el caso de los bomberos privados (63′), hay ámbitos de la vida en que la gestión privada es contraproducente para todos. Hay cosas demasiado esenciales para el bien púbico como para que se consideren oportunidades de negocio, por eso es necesario tomar la decisión política de sacar este tipo de productos y servicios del mercado. Como se comenta en el documental, la esclavitud desapareció no porque dejara de ser rentable, sino porque se tomo la decisión política de que el ser humano no podía ser una mercancía ni una propiedad.

Además de abrir nuevos mercados -apropiándose de los bienes comunes- las empresas también invaden el espacio público para lograr sus objetivos. A la tradicional publicidad, se van añadiendo nuevas formas de relaciones públicas dirigidas a lograr que los consumidores compren sus productos. El grado de manipulación puede llegar a ser enorme, desde la publicidad que enseña a los niños como dar mejor la lata para a sus padres para que les compren lo que han visto en la tele, a la creación de manifestaciones tridimensionales de las marcas y los valores que personifican (“como disneyworld“), la publicidad encubierta (mensajes que no parecen publicidad ni que vayan dirigidos a nosotros), o la creación de grupos -presentados como expertos independientes- para la defensa de sus intereses.

El objetivo final es convertir a la población en consumidores mecánicos de productos que no necesitan, que se encuentren disociados unos de otros y llenen sus vidas satisfaciendo necesidades creadas por las empresas, desempeñando la función social que nos han asignado y viviendo según los valores que nos han inculcado (como que el transporte público es para quien no tenga más remedio). Si lo que hacen es ético o no, no les interesa: los publicistas (como todos) se limitan a hacer su trabajo.

Indiferencia hacia la democracia y los derechos humanos

La tercera parte de “The Corporation” repasa el largo historial de indiferencia hacia la democracia y vulneración de los derechos humanos de estas compañías, propiciado por el hecho de que las empresas no están integradas en el procesos democráticos, ni sometidas a ellos. Aunque, en teoría, las empresas deben cumplir las leyes, esto no garantiza que lo hagan, ni que -aun respetando los límites de la ley- las actividades que desarrollan no produzcan daños en otras personas y/o el medio ambiente.

Es de sobra conocida la estrecha cooperación entre la industria y los gobiernos, así como la capacidad que tienen las empresas para presionar a estos últimos de muy diferentes maneras. Independientemente de la forma de gobierno que adopte un Estado, en todos ellos la línea que separa a los responsables del sector público y del sector privado es muchas veces difusa, o directamente no existe; lo que ha llevado, en no pocas ocasiones, a que los gobiernos sean instrumentos en manos de los grandes empresarios locales y/o extranjeros.

Cuando las grandes transnacionales no han podido persuadir a los gobiernos para imponer políticas económicas “impopulares”, pero muy beneficiosas para ellas, no han dudado en financiar a otras opciones políticas más afines a sus intereses. Un ejemplo claro de este fenómeno es la ascensión del fascismo en Europa, que se produjo (en parte) gracias a la financiación y el apoyo mediático que estos grupos extremistas obtuvieron de las grandes empresas. Una vez alcanzado el poder, los gobiernos totalitarios “recompensaron” a quienes les apoyaron con una regulación que acallará las reivindicaciones sindicales, fortaleciera su control de los mercados y protegiera sus beneficios empresariales; todas ellas políticas gubernamentales muy positivas para la economía, como se ha demostrado con el milagro económico chino.

El recurso al golpe de estado es un caso clásico en el continente americano: Guatemala (1954), Chile (1973), Bolivia, Argentina y Brasil durante los años 1970, e incluso Honduras recientemente (2008). Sin embargo, el rechazo internacional hacia los gobiernos golpistas de sudamérica hizo que, a partir de la década de 1980, el control de los gobiernos democráticos empezara a ejercerse a través de organismos internacionales “neutrales” -como el Fondo Monetario internacional o el Banco Mundial- que imponían estrictos planes de ajuste y restructuración económica como requisito para acceder a los fondos necesarios para evitar la quiebra. Así ocurrió en Polonia (1989), Rusia después del colapso de la URSS, o Sudáfrica una vez finalizado el apartheid. Quedó claro que no era necesario un golpe de estado para obligar a un gobierno a reestructurar la gestión pública en beneficio de las empresas, basta con crear las condiciones necesarias (“crisis” o “emergencias”) para que no tenga otra opción, y la opinión pública acepte con resignación los cambios. Esta estrategia ha sido bautizada como “la doctrina del shock”.

Hacia la economía democrática

Como ya se ha visto, la empresa crea mucha riqueza para sus propietarios, pero lo hace apropiándose de los recursos naturales del planeta y explotando a los más débiles como mano de obra barata para transformar dichos recursos naturales de una forma derrochadora. Cuando encuentra trabas a sus planes de expansión económica no duda en subvertir el sistema legal y el principio democrático para que sirvan a sus intereses, hasta el extremo de que la ONU se empieza a plantear la necesidad de crear un tribunal para juzgar a multinacionales. Los daños que generan este tipo de organizaciones superan con creces los beneficios que obtienen unos pocos de ellas.

Para poner freno y reconducir los efectos perniciosos del dominio de las grandes conglomerados empresariales, el documental plantea como solución la democratización de la economía, es decir, someter a las empresas y a la economía al control democrático de los ciudadanos, de modo que estos puedan opinar sobre lo que pasa en los mercados, y tengan la capacidad de modular las actividades empresariales y financieras que les afectan directa o indirectamente.

Entre las medidas propuestas destacan -a mi entender- “despojar” a las empresas de su “derechos” como “personas” (jurídicas), la disolución de aquellas que incumplan reiteradamente la ley (ofreciendo a los trabajadores la posibilidad de reconvertirlas en cooperativas), o permitir que trabajadores y consumidores puedan participar en igualdad de condiciones en los consejos de administración donde se toman las decisiones que les afectan. Como dice Milton Friedman en el vídeo, “es necesario crear estructuras en el mercado que incentiven a las corporaciones a hacer lo correcto”.

En definitiva, se trata de poner a la empresa al servicio a la comunidad para satisfacer las necesidades de todos, en vez de permitir que sean las empresas las que utilicen a la sociedad para alcanzar el máximo lucro posible; algo que sólo será posible con gobiernos verdaderamente democráticos, al servicio de los ciudadanos y sometidos a su control, que sean capaces de impulsar cambios legislativos ambiciosos que permitan alcanzar estos objetivos. Es por esto que resulta fundamental recuperar el control sobre los gobiernos para hacer prevalecer, desde ellos, la lógica de la democracia sobre la lógica del mercado. Todo llegará… si nos esforzamos por que ocurra.