Sí claro, los hombres no sabemos lo que significa ser discriminado

Miriam Lueck Avery @Flickr – CC BY-SA 2.0

Como hombre blanco, heterosexual y europeo, no hay discusión sobre discriminación en la que no se me reproche que, dadas mis características personales, no sé lo que significa ser discriminado… como si eso fuera argumento suficiente para invalidar lo que pueda aportar a la conversación. Aunque es cierto que mi conocimiento sobre cualquier forma de discriminación que no sufra nunca será comparable con el de quienes la sufren a diario, me preocupa que las personas discriminadas esgriman tan alegremente este argumento.

Es cierto que sólo puedo imaginar la clase de discriminación que sufren las personas de otro genero, etnia, y/u orientación sexual. Quizá no conozca de primera mano la discriminación que sufren los colectivos a los que no pertenezco, pero eso no significa que no pueda comprenderla, empatizar con ellos, opinar sobre el asunto y contribuir a resolverlo. Digo esto porque, hablando con según qué personas, me da la sensación de que piensan que sufro algún problema congénito que me incapacita para comprender las cosas que, supuestamente, no me pasan.

Es verdad que no se me discrimina como mujer, homosexual o negro. Probablemente nunca conoceré la sutiles formas que adopta la discriminación por raza, religión, orientación sexual o género. Pero conozco otras formas de discriminación y no me gustan, y puedo comprender tu problema y solidarizarme contigo. Por eso, me molesta especialmente que alguien de un colectivo discriminado me diga que no puedo entender sus problemas. Por tres motivos.

En primer lugar, porque este comentario suele utilizarse como una forma sutil y “educada” de mandarme callar, generalmente cuando estoy diciendo algo que no le está gustando un pelo a mi interlocutor. Hasta aquí nada raro, no te interesa lo que tengo que decir y ya está. Vale.

En segundo lugar, porque afirmar tal cosa implica negar que carezco de las más esenciales cualidades humanas, como empatía, compasión, entendimiento o voluntad de cooperación. Seguro que no es la intención, pero ese comentario me deshumaniza y -además- carece de sentido. Si no puedo entenderlo, ¿por qué insistes en contármelo? Puede que no pueda experimentar la discriminación de la que me hablas, pero puedo entender por qué es mala y hay que erradicarla.

Y, por último, porque da por buena la presunción de que a los hombres blancos, heterosexuales y europeos no se nos discrimina bajo ninguna circunstancia, lo cual es a todas luces falso. Sufrimos tanto las discriminaciones de carácter general igual que el resto de la población como otras específicas de nuestra condiciones personales. Y nos molesta que nos digan que lo nuestro no es discriminación, como a todo el mundo.

Otra cosa es que no quieras verlo, que haya otras que te parezcan más graves, que no te importe lo que nos pase a los demás o te interese que exista. Ejemplos hay muchos para quien quiera verlos, De hecho, probablemente somos el único colectivo al que se discrimina expresamente, vulnerando el principio de igualdad ante la ley. Desde ventajas fiscales y bonificaciones de las que no disfrutamos por nuestro sexo, hasta la aplicación de un procedimiento penal agravado (y susceptible de abuso), con supresión de la presunción de inocencia y mayores penas para el mismo delito según el sexo del agresor en casos de violencia de género.

La discriminación hacia el hombre blanco, heterosexual y europeo existe. A algunas personas hasta les parece bien que exista esta discriminación si es por una buena causa. Discriminación positiva lo llaman, como si no fuera discriminación igualmente, y no se hiciera a costa de alguien que tiene más mérito o necesidad que otra persona de un colectivo vulnerable. Llamadme loco, pero me parece que crear más desigualdad no es la forma en la que una sociedad que aspira a ser libre y democrática resuelve sus problemas de desigualdad, ni tengo que pagar yo los platos de las injusticias que se cometieron en el pasado.

Llegados a este punto, quisiera contar un caso de discriminación que sufro personalmente. Sí, pertenezco a un colectivo que sufre a diario una grave discriminación y que pone en riesgo su vida cada vez que sale a la calle. Soy ciclista. El año pasado 44 compañeros/as ciclistas fueron mortalmente atropellados, y fue un año bueno.

A los ciclistas no se nos respeta. Nuestra mera presencia molesta tanto a coches como a peatones, pese a que tenemos el mismo derecho a utilizar las vías públicas que el resto de usuarios. Los conductores no respetan la distancia de seguridad, no reducen la marcha al adelantarnos, nos acosan con el claxon, nos envenenan con sus tubos de escape, nos atropellan y encima, la culpa de lo que nos pase es nuestra porque ir en bici es muy peligroso.

No soy mujer, pero sé como se criminaliza a las víctimas por conductas que entran dentro de la normalidad. No tendría que tener miedo de salir a la calle, y sin embargo debo extremar las medidas de precaución cuando cojo la bici, igual que vosotras. ¿Frenará?, ¿no frenará?. Aunque no sea lo mismo, creedme que os entiendo.

También entiendo que el resto de personas son capaces de entender mi situación, aunque sean hombres y no tengan bici. Por eso me molesta que a mi se me niegue, a priori, esta capacidad asumiendo que no soy capaz de empatizar ni he sufrido una discriminación equiparable con la que pueda trazar paralelismos. De hecho, lo encuentro bastante discriminatorio.

Este es mi caso, pero cada cual tendrá su historia de discriminación que desconoces. Quizás le robaron un empleo público porque la oposición estaba amañada, optó por no estudiar religión y eso le impidió estudiar lo que quería, le resulta imposible votar porque vive en el extranjero y no llegan las papeletas a tiempo, le expulsan de sitios públicos por su aspecto físico… De una u otra manera, seguro que tu interlocutor conoce la discriminación y podría ponerse en tu lugar si quisiera. Pongámoslo fácil desterrando estereotipos y asunciones falsas.

El camino a la verdad empieza por preguntar el por qué de las cosas

Todo lo que ocurre tiene una causa, la conozcamos o no. Todas las decisiones que toma la gente tienen un motivo, lo compartamos o no. Detrás de cada comportamiento, por muy reprochable que nos pueda parecer, hay una razón, que es la que impulsa la acción. Conocer los motivos que se esconden detrás de cada cosa nos permite valorarlas adecuadamente, y tomar una decisión acertada en cada momento. Por desgracia, no estamos acostumbrados a indagar, ni se nos ayuda a pensar por nosotros mismos.

Dos son los agentes responsables, a mi entender, de la falta de interés generalizada en buscar respuestas por uno mismo: el sistema educativo y los medios de comunicación. Ninguno de los dos ayudan a las personas a desarrollar el pensamiento crítico y autónomo. En vez de eso, la función de estas instituciones se centra en facilitar de forma consistente las respuestas “correctas” (denominadas “conocimientos” o “información”) a todas las preguntas… de forma tan unánime que es difícil cuestionarse su veracidad.

El caso de los medios de comunicación es, quizá, más claro. Nos bombardean con una serie de hechos que supuestamente son representativos de la realidad, pero que ha sido seleccionados editorialmente por su interés (¿interés para quién?), sin indagar en las causas que los provocaron. De este modo, se anula la capacidad de raciocinio y se altera la percepción que tienen las masas de la realidad. Como dijo Michael Crichton, “El reto más grande al que se enfrenta la humanidad es la distinción de la realidad sobre la fantasía, la verdad sobre la propaganda”.

Esta manipulación es posible, en gran medida, gracias a que los sistemas educativos nos han preparado previamente. Dichos sistemas, basados en la transmisión y memorización de información más que en el descubrimiento y el aprendizaje, están diseñados como sistemas de instrucción para prepararnos para el mercado laboral, que ayudan a los alumnos a acostumbrarse a cumplir un horario, a repetir tareas y rutinas de comportamiento, y a aceptar el conocimiento tal y como nos es inculcado por la autoridad.

Desgraciadamente, la educación de nuestro tiempo no es una herramienta para promover la libertad, sino todo lo contrario. En vez de ayudarnos a desarrollar el pensamiento crítico y otros hábitos basados en el auto-descubrimiento y el auto-aprendizaje, mata la curiosidad y atrapa a las personas en una falsa realidad en la que es imposible hacer que las cosas sean como creemos que deberían.

Sin embargo, las cosas que creemos saber no son más que un conjunto de pre-juicios transmitidos culturalmente. Las certezas de “sentido común” se basan, como todas, en unas premisas que pudieron ser correctas en su momento, pero pueden no ser aplicables a nosotros ahora. De ahí la necesidad urgente de aprender a cuestionarse las cosas por sistema.

Por eso, no hay nada más importante para el ser humano que aprender a cuestionar sistemáticamente la validez de toda idea preconcebida, actitud que Sócrates resumió en aquello de “sólo sé que no se nada”. Una vez libres del peso de las verdades de los demás, nuestra razón puede buscar por si misma su propia verdad, la que es válida para nosotros.

La importancia de la ignorancia en la búsqueda de la verdad

El reconocimiento de nuestra propia ignorancia nos permite hacer preguntas de ignorante, que son precisamente las más importantes para comprender la realidad. Curiosamente, este tipo de preguntas son las que los niños suelen hacer a sus padres cuando aprenden a hablar… ¿por qué? y ¿cómo lo sabes?.

Preguntar es una forma de rebeldía contra la realidad, que nace del inconformismo con la situación actual y nos impulsa a conocer los motivos y las causas que hacen que la realidad en la que vivimos sea esta, y no otra. Es un intento de desvelar el mecanismo de funcionamiento de las cosas que experimentamos, ya sea para predecir su comportamiento o para alterarlo.

Sin embargo, lograr este objetivo requiere que profundicemos hasta alcanzar el motivo original que origina cada fenómeno. Como en todo, hay que tirar del hilo hasta llegar al final, sin conformarnos con falsas respuestas que ocultan las verdaderas causas. Para ello, disponemos de una amplia gama de pronombres interrogativos que nos permiten avanzar hasta nuestro objetivo.

Un forma de hacerlo es mediante un diálogo basado en la pregunta, similar al Método socrático aplicado a conceptos concretos. En él, se cuestiona cada afirmación para destapar las premisas que la sustentan, recabar toda la información complementaria que se omite y/o para obligar al interlocutor a concretar su tesis, a fin de poder evaluar su validez, bondad y veracidad, y conocer las implicaciones que lleva asociada. En ningún momento se debe tomar partido por otras alternativas posibles, ni aceptar el sentido común ni razonamientos circulares como base de legitimación.

Por ejemplo, si alguien afirma que la gestión privada de la sanidad es más beneficiosa que la pública cabría preguntarse, al menos, ¿para quién es más beneficiosa?, ¿por qué se cree que la gestión pública es menos beneficiosa? y ¿cómo siendo privada será más beneficiosa?

Cada respuesta plantea inmediatamente otra pregunta, que nos ayuda a reflexionar sobre cosas que sabemos, pero que probablemente nunca nos hemos planteado o parado a pensar. Aunque es poco probable que alcancemos alguna verdad concluyente mediante este método, el proceso suele abrir la mente de los interlocutores a planteamientos que ponen en duda que las cosas tengan que ser de la manera en las que son.

Este hilo de razonamiento, hablando de temas hipotecarios, podría conducir hasta joyas del pensamiento como “¿Me conviene aceptar un préstamo a tipo de interés variable al 2% cuando la escala va de 0 a infinito?” o, “¿porqué las hipotecas son variables (referenciadas al EURIBOR) si el préstamo se materializa en un momento concreto del tiempo?”… “¿No sería más lógico que la hipoteca fuera de tipo fijo equivalente al EURIBOR del momento en que se prestó el dinero?” o, ya rizando el rizo, “¿porqué la felicidad (e incluso la salud) de mucha gente está referenciada al EURIOBOR?”.

Una vez re-aprendido el hábito de preguntar el por qué de las cosas, es difícil dejarlo, ya que es una gran ayuda en la vida cotidiana. Tarde o temprano se empiezan a hacer preguntas cada vez más inquietantes:

Cree a aquellos que buscan la verdad; duda de los que la han encontrado

Alquilar es tirar el dinero, dijo el banquero. “La vivienda nunca baja”, dijo el constructor. La gestión privada es más eficiente, dijo el empresario. España es una democracia, dijo el político. Informaremos verazmente de lo más importante, dijo el periodista. A la luz de esta artículo, los axiomas de la sociedad contemporánea toman un nuevo significado.

Mantener la libertad para decidir por uno mismo requiere un esfuerzo consciente para entender las razones que apoyan unas u otras opciones. Frente a quienes repiten como papagayos bien amaestrados las consignas de otros sin entender sus implicaciones, debemos preguntarnos qué intereses se esconden detrás de cada afirmación.

Desafiar desde la ignorancia lo evidente, la verdad aceptada, es una necesidad muy real en las sociedades modernas. Cuando la gente empieza a preguntarse el por qué de las cosas que les afectan, la realidad empieza a transformarse. ¿Por qué será?…